A diferencia de la mujer, el varón es hermoso, porque, a diferencia de la mujer, es un ser espiritual.
Eso significa
Que el hombre tiene curiosidad (quiere saber cómo es el mundo que le rodea, y cómo funciona).
Que piensa (obtiene inferencias de los datos que encuentra).
Que es creador (hace cosas nuevas sobre la base de lo que conoce acerca de lo ya existente.)
Que tiene sentimiento (el varón registra lo habitual, pero con los más sutiles matices, en su amplísima escala emocional, extraordinariamente rica de dimensiones. Y, además, crea o descubre nuevos valores emocionales y los hace accesibles a las demás personas mediante sensibles descripciones o ejemplificaciones artísticas).
No hay duda de que de todas esas cualidades del varón la curiosidad es la más acusada. Se trata de una curiosidad tan diferente de la de la mujer que la cosa requiere imprescindiblemente algunos comentarios
La mujer no se interesa en principio más que por cosas que puede aprovechar directa y útilmente para sí misma. Cuando una mujer lee un artículo político, es mucho más probable que esté intentando capturar a un estudiante de Políticas que interesándose por la suerte de los chinos, los israelitas o los sudafricanos. Si consulta en un diccionario el artículo dedicado a un filósofo griego, eso no quiere decir que se le haya despertado repentinamente el interés por la filosofía griega, sino que necesita alguna palabra relacionada con aquel filósofo para resolver un crucigrama. Si está estudiando los prospectos de publicidad de un nuevo automóvil, es que se lo quiere comprar, y no que esté platónicamente interesada por sus posibles novedades técnicas.
Es un hecho que la mayoría de las mujeres -incluidas las que son madres- no tienen idea de cómo surge el fruto humano, de cómo se desarrolla en su cuerpo ni qué estadios atraviesa hasta llegar al nacimiento. Y para ellas sería completamente superfluo saber algo sobre esas cosas, puesto que, de todos modos, no podría darles influencia alguna sobre el desarrollo del feto. Lo que les importa saber es que el embarazo dura nueve meses, que hay que cuidarse mientras dura y que a la menor complicación hay que ir al médico, el cual, naturalmente, lo arreglará todo.
La curiosidad del varón es muy diferente: se basta a sí misma, no está directamente ligada a ningún efecto útil. Y, sin embargo, es más útil que la de la mujer.
Es interesante acercarse a una obra en la que estén poniendo a prueba alguna nueva máquina o herramienta, por ejemplo, un nuevo tipo de excavadora. Apenas habrá un varón -cualquiera que sea su capa social que pase de largo sin echar por lo menos una prolongada mirada a la nueva máquina. Muchos de ellos se pararán y hasta entrarán en conversación con desconocidos acerca de las cualidades de la nueva máquina, de su rendimiento, de las causas del mismo, y de su relativa diferencia respecto de los modelos corrientes.
No se le ocurrirá a una mujer pararse ante esa obra, salvo que la muchedumbre sea tanta que sospeche que va a perderse un excitante cosquilleo («Albañil aplastado por una nueva excavadora») si pasa de largo. Para satisfacer la sospecha preguntará a alguien y se marchará en seguida.
La curiosidad del varón es universal. No hay en principio nada que no le interese, trátese de política, de botánica, de técnica atómica o de lo que sea. Se interesa incluso por cosas que quedan tradicionalmente fuera de sus competencias, como, por ejemplo, el procedimiento de poner fruta en conserva, por qué se pega la masa de un pastel, cómo se limpia a un lactante. No es posible que un varón anduviera por el mundo embarazado durante nueve meses y no se enterara a fondo de la función de la placenta y de los ovarios.
El hombre no se limita a informarse de todo lo que pasa alrededor suyo (y en todo el mundo), sino que, además, lo interpreta. Como intenta informarse de todo, le resulta fácil hacer comparaciones, reconocer ciertas regularidades de los sucedidos y aplicarlas útilmente, siempre con la finalidad de conseguir algo diferente, a saber, algo nuevo.
No hará falta subrayar que todos los inventos y todos los descubrimientos de este mundo han sido obra de varones, trátese de electricidad, de aerodinámica, de ginecología, de cibernética, de mecánica, de física cuántica, de hidráulica o de teoría de la evolución. Hasta los principios de la psicología infantil, de la alimentación de los lactantes o de la conservación de alimentos han sido descubiertos por varones. Es más: las mismas transformaciones de la moda femenina, o algo tan trivial como la composición de nuevas minutas y matices de sabor, son tradicionalmente cosa de hombres. Cuando uno busca una particular experiencia para sus papilas linguales la suele encontrar en un restaurante, y no en el comedor familiar; y es seguro que en ese restaurante hay un varón preparando las comidas. El gusto de las mujeres es tan limitado y está tan empobrecido por la preparación de las comidas diarias, generalmente desprovistas de imaginación, que, suponiendo que alguna vez se propusieran inventar un plato nuevo, no serían capaces de hacerlo. No hay gourmet femeninos, las mujeres no valen absolutamente para nada.
Y, sin embargo, el varón, que reúne en sí todos los presupuestos espirituales y físicos de una vida rica, libre, humana, renuncia a ella y lleva la vida de un esclavo. Pues ¿qué hace el varón con todas sus admirables capacidades? Las pone al servicio de los que no tienen tales capacidades. Llama a este conjunto de seres «la humanidad», con lo que quiere decir las mujeres y las crías de las mujeres.
ESTHER VILAR